Uno de los relatos que componían el libro "Primeras Luces".
Sus tacones resonaban en las callejuelas al ritmo de su
alegre paso. La semielfa caminaba, aparentemente distraída, por unas calles que
no aconsejaban esa actitud, sin embargo nadie se atrevía a amenazarla, en
Puerto Bajo todos sabían que las dagas de Feyth Dedoságiles eran más rápidas
que la justicia del rey. Sus ojos verdes brillaban a la luz de las antorchas
mientras de sus labios rojos salía una cancioncilla. Tarareaba y silbaba,
alegre por la recompensa que la esperaba. Recompensa bien merecida, cabe decir.
Había
recibido una carta anónima con un encargo, como cientos de veces. Por alguna
razón los coleccionistas o la gente interesada en objetos poco comunes y
valiosos prefería guardar su identidad en secreto. Se trataba de conseguir una
curiosa brújula que parecía señalar la dirección para encontrar un lugar
inexplorado y, por tanto, muy rentable. Pero eso a Feyth no le interesaba en
absoluto.
Cuando
las antorchas comenzaron a escasear en las paredes de piedra de las calles la semielfa
llegó a una vieja plaza; antaño había sido un lugar colorido y alegre, con
flores en las macetas de las casas y los niños jugando entre las columnas del templete que tenía ante sí.
No quedaba ni rastro de todo aquello.
La semielfa se adelantó hasta llegar al pie de los escalones del templete, donde se detuvo al ver una silueta apoyada en una de las columnas.
−¡Por fin un empleado puntual!
Feyth pensó que
de haber sabido que quien la había contratado era un elfo gris probablemente no
habría aceptado el trato. Toda clase de elfos era conocida por que siempre
ocultan segundas intenciones, pero en el caso de los elfos grises era por
triplicado.
−Cuando
una se dedica a un oficio poco honrado debe ser, al menos, educada. –Respondió
la semielfa esbozando una sonrisilla mientras se quitaba la capucha.
−Tienes
toda la razón, preciosa. –Contestó él, saliendo de la oscuridad y avanzando hacia ella, levantando la cabeza para que pudiera ver su rostro bajo el sombrero de enorme ala.− Bueno, ¿dónde está?
Feyth
extendió el brazo un un zurrón en la mano. El elfo lo cogió despacio y lo abrió para comprobar el contenido.
−Tal y
como acordamos, maese…
−Darok.
Diamond Darok.
−Todo
correcto. –Dijo el elfo. – Querida, ¿sabéis lo que me has traído? –Preguntó
como si aquel objeto fuera una semilla del dinero.
−Sinceramente
creo que soy más feliz sin saberlo. –Respondió la semielfa, con una sonrisa. –
En fin, ha sido un placer hacer negocios con vos. –Dijo, asintiendo con la
cabeza en forma de despedida.
−Lo
mismo digo, todo un placer. –Diamond observó a Feyth, casi desnudándola con la mirada.
La vio acercarse a la salida de
la plaza y de pronto se esfumó, Diamond Darok pensó por un instante que la
muchacha de cabello blanco y ojos verdes se había fundido con las sombras,
quizá algún día sabría que, efectivamente, así fue.
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